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segunda-feira, 30 de janeiro de 2012

FATALIDAD COMO CONSECUENCIA DE LA ELECCIÓN QUE HACEMOS



Traducido por Merchita
Madri/Espanha
merchitacruz@gmail.com

En una curiosa investigación realizada por la Universidad de Michigan (EUA) fue empleado un ambiente virtual con todas las imágenes, sonidos y consecuencias de las acciones de los voluntarios, incluyendo los gritos de desespero de aquellos seres virtuales cuyos destinos (muertes) serian trazados por los voluntarios. El ambiente cibernético se presenta con un tren dirigiéndose para un paso estrecho donde están cinco personas que no tienen como salir del camino. Solo los participantes tienen la posibilidad de redireccionar el tren para otro pasaje, donde solo hay una persona que no conseguirá escapar. ¿Accionaríamos o no la balanza para cambiar de ruta al tres?

Considerando esa experiencia fatalista, construyamos el siguiente escenario: estamos conduciendo un automóvil y nos enfrentamos con una situación bien real de atropellar a un grupo de niños, entretanto en fracciones de segundo podemos desviar el trayecto del vehículo rumbo y entrechocarnos con apenas un niño, será que optaríamos desviar el vehículo rumbo a la única criatura para preservar la vida del gruo? Sabemos que es una situación embarazosa, por cuanto estamos delante de dos soluciones extremas, ambas trágicas, lo que redundará en terrible perplejidad para una opción. ¿Es un dilema penoso ante el mandamiento “no matarás” sabemos que es muy delicado e improbable tal episodio, más si fuese verdadero, como resolverlo? ¿Desviarnos del grupo de niños para preservar apenas una vida? ¿Será que violaríamos una regla moral considerando la elección entre “un mal mayor y un mal menor? ¿Y si la única criatura fuese nuestro hijo?

Podemos por nuestra voluntad, intenciones y por nuestros actos, hacer que no ocurran eventos que deberían verificarse, si esa aparente cambio tuviera cabimiento en la secuencia de la vida que elegimos. “Para hacer el bien, como nos cumple – pues eso constituye el objetivo único de la vida – es, facultándonos impedir el mal, sobre todo aquel que pueda concurrir para la producción de un mal mayor.” (1)

Carlos David Navarrete, coordinador del experimento de Michigan, descubrió que el mandamiento divino “no matarás” fue aplastado literalmente, por los participantes, pues el 90% de los voluntarios accionaron varias veces la llave para cambiar el tren de ruta, decidiendo quien debería morir, teniendo como justificativos la jerga: “un mal menor” es “mejor” que un “mal mayor” (¿…) (2) Creemos que estamos ante la situación funesta y fatalista, ¿más, será que existe la fatalidad en los acontecimientos de la vida? ¿Los hechos en nuestra existencia estarían, así, irremediablemente trazados?

La fatalidad, como comúnmente es percibida, supone deliberación precedente e irrevocable de todos los episodios de la vida, cualquiera que sea la gravedad de ellos. Más si tal fuese el orden de las cosas, seriamos como fantoches destituidos de deseos. ¿De qué nos serviría la inteligencia, desde que hubiésemos inexorablemente de estar dominados, en todos nuestros actos, por la fuerza del destino?

La Doctrina Espirita elucida que “semejante doctrina, si fuera verdadera, contaría con la destrucción de toda libertad moral; ya no habría para el hombre responsabilidad, ni, por consiguiente, bien ni mal, crímenes o virtudes.” (3) No en tanto, la fatalidad no es una palabra sin sentido. Existe en la disposición que ocupamos en la Tierra y en las funciones que aquí cumplimos, como resultado del modo de vida que escogimos como prueba, expiación o misión.

Padecemos inevitablemente todas las tribulaciones de esa existencia y todas las tendencias buenas o malas, que nos son intrínsecas. Ahí, sin embargo, finaliza la fatalidad, pues de nuestra voluntad depende ceder o no a esas tendencias. Las particularidades de los acontecimientos, esas quedan subordinadas a las circunstancias que creamos por nuestros actos, siendo que en esas ocurrencias podemos ser influenciados por los pensamientos que se presentan, por ser estos consecuencia de la elección que hacemos. Puede dejar de haber fatalidad en el resultado de tales acontecimientos, visto que nos es posible, por nuestra prudencia, modificarles el curso. “En cuanto a los actos de la vida moral, esos emanan siempre del propio hombre que, por consiguiente, tiene siempre la libertad de escoger. En lo tocante, pues, a esos actos, nunca hay fatalidad.” (4)

Jorge Hessen

http://jorgehessen


Referência bibliográfica:

(1) Kardec, Allan. O Livro dos Espíritos, Rio de Janeiro: Ed FEB 2001, síntese das questões. 851, 860, 861 e 866 e 872
(2) Disponível em <http://www.diariodasaude.com.br/news.php?article=dilema-moral&id=7205&nl=nlds.>acessado em 15 de janeiro de 2012
(3) Kardec, Allan. O Livro dos Espíritos, Rio de Janeiro: Ed FEB 2001, síntese das questões. 851, 860, 861 e 866 e 872
(4) idem síntese das questões. 851, 860, 861 e 866 e 872

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