Traducido por Merchita
merchitacruz@gmail.com
Una joven desencarnó después de haber recibido 80 latigazos en Bangladesh, como punición por haber tenido una relación extraconyugal con un primo (casado). La sentencia fue decretada por un tribunal religioso de Shariatpur, en el sudeste del país, a 56 kilómetros de la capital; Daca: la adolescente se desmayó mientras recibía los latigazos y llegó a ser llevada a un hospital local, más no resistió a las heridas, falleciendo seis días después de haber sido internada.
El clérigo musulmán Mofiz Uddin fue el responsable por la (sentencia) contra Hena, que fue presa juntamente con otras tres personas. Los religiosos dijeron a la policía que Hena había sido vista infraganti. Sin embargo, Dorbesh Khan, el padre de la adolescente dijo: ¿Qué tipo de justicia es esa? Mi hija fue golpeada en nombre del fanatismo religioso. Si hubiese sido juzgada por un tribunal del estado, mi hija jamás habría muerto”. En verdad, puniciones realizadas en nombre de la sharia (legislación sagrada islámica) y decretos religiosos fueron prohibidos en Bangladesh, por eso, un grupo de moradores de Shariatpur fue a las calles en protesta contra la fatwa y contra los autores de la sentencia.
Para comentar el hecho bajo la vista Kardeciana, es importante destacar que en cualquier análisis que hagamos sobre el comportamiento sexual de esa o aquella persona, somos obligados siempre a recordar a Dios, “que juzga en última instancia, que ve los movimientos íntimos de cada corazón y que, por consiguiente , disculpa muchas veces las faltas que censuramos, o reprueba lo que relevamos, porque conoce el móvil de todos los actos. Recordémonos de que nosotros, que clamamos en altas voces anatemas, habremos quizás cometido faltas más graves” (1) que la personas a la cual censuramos.
En el caso Hena, algunos dicen que ella sufrió violencia sexual, con todo hay los que afirman que hubo adulterio cometido por el primo. De cualquier modo, el episodio nos remite a los Códigos de Jesús, que proclamó sentencia: “tire la primera piedra aquel que estuviera exento de pecado” (2). Esa advertencia hace de la conmiseración una obligación para nosotros, porque nadie hay que no necesite, para sí mismo, de indulgencia. “Ella nos enseña que no debemos juzgar con más severidad a los otros, de lo que nos juzgaríamos a nosotros mismos, ni condenar en otro lo que nosotros nos absolvemos. Antes de promulgar a alguien una falta, veamos si la misma censura no nos puede ser hecha.”(3) Es importante observar que Jesús evaluando equívocos y caídas, en las aldeas del espíritu, haya seleccionado a aquella de la mujer, en fallas del sexo, para emitir su memorable sentencia: “aquel que esté sin pecado tire la primera piedra”.
El sabio Espíritu Emmanuel explica que “en el rol de los deserciones, abandonos y debilidades y delitos del mundo, los problemas afectivos se muestran de tal modo enclavados en el ser humano que persona alguna de la Tierra haya escapado, en conjunto de las existencias consecutivos, a los llamados “errores del amor”.”(4) Penetremos cada uno de nosotros en los recesos de la propia alma, y, si conseguimos presentar comportamiento irreprensible, en el inmediatismo de la vida practica ante los días que corren, indaguémonos, con sinceridad, en cuanto a las propias tendencias “Quien no haya varado trances difíciles, en el área del corazón, en el periodo de la reencarnación en que se encuentre, investigue las propias inclinaciones y deseos en el campo intimo, y, en su conciencia verificará que no se haya ausente del enmarañado de conflictos, que emanan del acervo de luchas sexuales de la Humanidad.”(5)
Por esas razones, personalizando en la mujer sufridora a la familia humana, Jesús pronunció la inolvidable sentencia “Le arroje la primera piedra”, convocando a los hombres, supuestamente puros en materia de sexualidad, a lanzar a la mujer infeliz la primera piedra.
En verdad, cuando respetemos a nuestros semejantes en su foro intimo, los conceptos de adulterio se fueron distanciando de lo cotidiano, una vez que la comprensión apaciguara el corazón humano y a la llamada desventura afectiva no tener razón de ser, o sea, nadie traiciona a nadie en materia afectiva.
Abstengámonos, bajo cualquier hipótesis, de censurar y condenar sea el que sea el comportamiento en materia sexual. Recordemos que estamos emergiendo de un pasado lejano, en el que estuvimos sumergidos en los laberintos de los desequilibrios en el área afectiva, a fin de que en las bendiciones del aprendizaje se nos queden en la conciencia la Ley de amor. Nos hallamos muy lejos de la pureza de corazón, por eso mismo, si alguien nos parece caer, bajo engaños del sentimiento, no critiquemos, en vez de eso silenciemos y oremos en su beneficio.
¡Para cualquier persona que se nos figura desmoronar en delito sentimental, seamos caritativos! Nadie de nosotros consigue conocerse tan exactamente, a punto de saber hoy cual es la dimensión de la experiencia afectiva que nos espera en el futuro. Silenciemos ante las supuestas culpas del prójimo, por cuanto nadie de nosotros, por ahora, es capaz de medir la parte de responsabilidad que nos compete a cada uno en las irreflexiones y desequilibrios de los otros.
Jamás olvidemos que todos somos componentes de una sola familia (encarnada y desencarnada), operando en dos mundos, simultáneamente. Somos incapaces de examinar las conciencias ajenas y cada uno de nosotros, ante la Sabiduría Divina, es un caso particular, en materia de amor, reclamando comprensión. “A vista de eso, muchos de nuestros errores imaginarios en el mundo son caminos ciertos para el bien, al paso que muchos de nuestros aciertos hipotéticos son trillas para el mal de que nosotros nos desharemos un día!... Bendecid y amad siempre. Ante toda y cualquier desarmonía del mundo afectivo, sea con quien sea y como fuera, colocaos en pensamiento, en el lugar del acusado, analizando vuestras tendencias más intimas y, verificareis si estáis en condiciones de censurar a alguien, escuchad, en el silencio de la conciencia, el apelo inolvidable de Cristo: “Amaos los unos a los otros, como yo os ame.” (6)
Jorge Hessen
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