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sexta-feira, 25 de outubro de 2019

EL ARREPENTIMIENTO COMO UNA INVITACIÓN PARA LA EXTRACCIÓN DE LA PUREZA INTIMA PARA LA REPARACIÓN DEL ERROR (Jorge Hessen)


Traducido por: Mercedes Cruz Reyes 
Madri/Espanha

La providencia divina da la oportunidad al espíritu fallido de una experiencia reencarnatória desafiadora, como una invitación (amorosa u dolorosa) para el reaprendizaje de los deslices morales de vidas pasadas y actuales. Si comprendiésemos mejor los mecanismos del principio de causa y efecto evitaríamos infortunios, ambiciones y deshonras que, definitivamente, no estarían en nuestro camino, seríamos más reflexivos en las elecciones de las acciones diarias.

Precisamos analizar el precepto de causa y efecto con el máximo discernimiento, a fin de concienciarnos sobre su mecanismo, que difiere en reparaciones desafiadoras, como gratificaciones sorprendentes, sucesivamente, justas, criteriosas y controladas, las cuales expresan la respuesta de la divina providencia contra la falta de armonía constituida o la sumisión a los códigos divinos de conciencia en sus estructuras más profundas.

Nadie está sujeto al imperio aleatorio de la "casualidad" porque la casualidad   no existe. La casualidad no puede gobernar nuestros destinos. Es el código de causa y efecto o divina providencia, que ordena, corrigen y actúa, interfiriendo tanto con las dimensiones infinitesimales del microcosmos como con la inmensidad colosal del macro universo. Tal dictamen divino es para nosotros protegernos de nosotros mismos y está destinado a proporcionar la mejora incesante de todas las cosas y seres que estructuran la armonía de la ley del creador.

Después de la desencarnación sufrimos los resultados de todas las imperfecciones que no podemos corregir en la vida física. Las leyes divinas, inherentes a la conciencia, aseguran que la felicidad y la miseria son un reflejo natural de nuestras elecciones en el grado de pureza o impureza moral. La felicidad relativa refleja la preocupante ascensión moral del espíritu, mientras que la imperfección causa dolor. Cuando el dolor no es aceptado, amorosamente se convierte en sufrimiento. Por lo tanto, cuanto más evolucionado es el espíritu, mayor será el grado de felicidad y menor será la amplitud del dolor.

Por nuestras libres elecciones somos responsables de las consecuencias determinantes del curso de nuestro destino, y podemos prolongar el dolor persistiendo en el mal, o aliviarlo e incluso anularlo mediante el ejercicio del bien. Uno de los mecanismos que suavizan el látigo del dolor es el arrepentimiento. Sin embargo, no nos basta arrepentirnos, es decir, ser conscientes de la dimensión del crimen con la firme intención de no repetirse en él, porque la expiación (como una acción de extracción de pureza), es decir, extraer la pureza que está en nuestra esencia divina, para que exista la necesaria y amorosa reparación.

La reparación consiste en hacer el bien a nosotros mismos primero y hacer el bien a aquellos a quienes les hemos hecho el mal. A pesar de la diversidad de géneros y grados de dolor de los espíritus imperfectos, la ley de dios establece que el dolor (que nunca será punitivo) es inherente a la impureza espiritual.

Cada "imperfección", así como cada fechoría que surge de ella, conlleva la necesidad de una reparación inevitable. Por lo tanto, la enfermedad es un mecanismo para la rehabilitación restaurativa de los excesos y nace el aburrimiento mental irresponsable, sin la necesidad de una condena especial por cada error o individuo. Al poder liberarnos de nuestras imperfecciones por voluntad, también podemos anular los dolores resultantes y asegurar la actual y relativa felicidad.

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