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segunda-feira, 19 de novembro de 2018

ADAN Y EVA, “PECADO”, “CASTIGO”, “CULPA”, Y EL LIBRE ALBEDRIO Jorge Hessen

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes 
Madri/Espanha

Es ingenuo creer en el "pecado" calificado dogmáticamente como una ofensa contra Dios, que, a su vez, toma represalias mediante el "castigo" que inflige al "pecador". Dios no se ofende con los equívocos de sus hijos en proceso de evolución. Evidentemente el tal "castigo" no es una venganza o una actividad personal del Creador para castigar al "pecador".

Dios no castiga; ¡Dios AMA! Sobre esto, Jesús innovó el pensamiento teológico al presentar a Dios como un padre bondadoso y justo, en sustitución de la divinidad colérica, vengativa y caprichosa de los pueblos ancestrales. El dogma del "pecado" fue creado por la decrépita y heterónoma teología humana. Adviene de los papeles mitológicos de Adán y Eva que habría desobedecido una orden divina y atrajeron para sí y para toda la humanidad una maldición que implicaría en toda suerte de males y dolores, de errores, de crímenes y todo lo que fuera ruin.

De ahí la infantil creencia del "pecado original" en la Tierra, con la represalia divina entre los hombres, a través de las enfermedades, de la muerte y todo tipo de aberración. Vagando por esas supersticiones, se afirma que ya nacimos "culpables", que somos "pecadores", que tenemos el ADN de la transgresión y todo ello a causa del matrimonio adámico de la vieja mitología. En el mundo, si los niños nacen defectuosos, si hay guerra, hambre, tragedias, y mucho más, todo es culpa del "pecado original", aseguran los heraldos de tales imposiciones dogmáticas; por lo tanto, todo procedente de los legendarios Adán y Eva.

Ante la ley de la justicia divina, el adepto del Espiritismo no admite la idea de la transferencia de responsabilidad de los actos equivocados, pues cada uno es responsable de sí, en lo que escogiere. Por la ley de las pluralidades de las existencias, todos traemos al renacer las matrices de las imperfecciones que mantenemos. Cargamos los gérmenes de los defectos que no superamos y que se traducen por los instintos naturales y tendencias para tal o cual acción. Es ese el sentido racional del tal "pecado original", o sea, escogemos las experiencias en pruebas para superarlas.

Cuando nos desviamos del amor eligiendo llevarnos por las pasiones y entrando en ruta de colisión con las Leyes Divinas (inscritas en la conciencia), creamos para nosotros el psiquismo desarmonizado manteniendo las imperfecciones morales. Al desencarnar arrastramos hacia el mundo espiritual todas las imperfecciones y al renacer traemos las desarmonías conciénciales como tendencias naturales.

El anhelo íntimo por la libertad rechaza el dogma del "pecado original" y de la obediencia ciega a Dios. Reencarnamos muchas veces en la Tierra o en otros orbes realizando nuestro perfeccionamiento moral. Al principio de nuestra evolución humana éramos "simples e ignorantes" (sin ningún "pecado original") y por la evolución llegaremos a la perfección moral. Por tanto, penetramos en la humanidad bajo el manto de purezas y simplicidades, de esta forma, gradualmente nos convertimos en señores y en los únicos depositarios de la conciencia, cuya lesión o bienestar no dependen definitivamente sino de nuestra voluntad y de las disposiciones de nuestro libre albedrío.

Nuestro comportamiento escogido conlleva consecuencias naturales. Si transgredimos las leyes divinas atraemos consecuencias naturales y desagradables en la medida de la imperfección que mantenemos. Por eso, jamás debemos entendernos injustificados o castigados en los sucesos de la vida. Y ni perseguidos ni mucho menos castigados.

"A cada una de las circunstancias tenemos los medios de redimirnos por la reparación y de progresar, ya sea despojándose de alguna imperfección, o adquiriendo nuevos conocimientos y, hasta que, suficientemente perfeccionado, no necesitamos más de la vida corporal y podamos vivir exclusivamente la vida espiritual, eterna y bienaventurada. "[1] Somos reflejos de nuestras libres elecciones, pero inevitablemente somos por Dios amorosa y sabiamente conducidos hacia la suprema felicidad, siempre en la conformidad de los caminos que elegimos a través del uso cabal de la libertad.

Referencia bibliográfica:

[1] KARDEC, Allan. La génesis, 26ª Ed. Río de Janeiro: FEB, 1984. Cap. I ítem 38   

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