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sábado, 20 de outubro de 2018

La escuela podrá hacer al ciudadano, más solamente el hogar podrá edificar al hombre (Jorge Hessen)

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes 
Madri/Espanha
En Japón las tareas escolares como limpieza del aula, por ejemplo, son hechas por los propios alumnos que todavía tienen actividades extracurriculares de deporte y artes que instruyen para el respeto a la cosa pública y la importancia del trabajo en grupo. Además de las clases la rutina de un profesor en Japón incluye asesoramiento, servicios administrativos y visitas a las casas de los alumnos. Se valora el aprendizaje activo, donde el alumno es protagonista y el profesor, mediador siempre con la participación de la familia en la educación para alcanzar resultados aceptables.
En realidad, los padres son responsables del desarrollo de los valores de los hijos y no deben apostar en la escuela para ejercer esa tarea. Un padre auténtico es aquel que cultiva en casa la ciudadanía familiar. Es decir, nadie en casa puede hacer lo que no se puede hacer en la sociedad. Es necesario imponer la obligación de que el hijo lo haga, así se crea la noción de que tiene que participar en la vida comunitaria. No hay duda, que ante las balizas del sentido común y la moderación los padres necesitan establecer límites. Pero esa exigencia es mucho más que seguir los límites, de lo que el hijo es capaz de hacer.
Hasta los siete años de edad aproximadamente es el período infantil más accesible a las impresiones que recibe de los padres, por lo que los padres no pueden olvidar el deber de orientar a los hijos en cuanto a los contenidos morales. "El pretexto de que el niño debe desarrollarse con la máxima noción de libertad puede dar lugar a graves peligros (...) pues el niño libre es la semilla del malhechor." [1]
Y más, ante los hijos insurgentes e incorregibles, insensibles a todos los procesos educativos, "los padres después de mover todos los procesos de amor y de energía en el trabajo de orientación de ellos, es justo que esperan la manifestación de la Providencia Divina para el esclarecimiento de los" hijos rebeldes, comprendiendo que esa manifestación debe llegar a través de dolores y de pruebas acerbas, para sembrar con éxito el campo de la comprensión y del sentimiento. "[2]
El período infantil es propicio para dejar el espíritu más accesible a los buenos consejos y ejemplos de los padres y educadores, pues el espíritu es más flexible frente a la debilidad física, de ahí la tarea de reformar el carácter y corregir sus malas tendencias. En el punto de vista moral, Allan Kardec hace comentario a la pregunta 685-A de El Libro de los Espíritus: "Hay un elemento que no se ha ponderado bastante, y sin el cual la ciencia económica no pasa de la teoría: la educación. Intelectual, pero la moral, y no la educación moral por los libros, sino la que consiste en el arte de formar los caracteres, aquella que crea los hábitos adquiridos. "[3]
Todos tenemos necesidad de instrucción y de amor. La escuela es un centro de inducción espiritual, donde los maestros de hoy continúan la tarea de los instructores de ayer. La educación, con el cultivo de la inteligencia y con el perfeccionamiento del campo íntimo, en exaltación de conocimiento y bondad, saber y virtud, no se conseguirá tan sólo a la fuerza de instrucción, que se imponga de fuera para dentro, sino con la consciente de la adhesión de la voluntad que, en consonancia con el bien por sí misma, sin vergüenza de cualquier naturaleza, puede liberar y pulir el corazón, plasmando en ella el rostro cristalino del alma, capaz de reflejar la vida gloriosa y transformar en consecuencia el cerebro en preciosa planta de energía superior, proyectando reflejos de belleza y sublimación. [4]
La mejor escuela todavía es el hogar, donde la criatura debe recibir las bases del sentimiento y del carácter. Los establecimientos de enseñanza, propiamente del mundo, pueden instruir, pero sólo el instituto de la familia puede educar. Es por esa razón que la universidad podrá hacer al ciudadano, pero sólo el hogar puede edificar al hombre. [5]
El período infantil, en su primera fase, es el más importante para todas las bases educativas, y los padres espiritistas cristianos no pueden olvidar sus deberes de orientación a los hijos, en las grandes revelaciones de la vida. En ninguna hipótesis, esa primera etapa de las luchas terrestres debe ser encarada con indiferencia. El pretexto de que el niño debe desarrollarse con la máxima noción de libertad puede dar lugar a graves peligros. Ya se ha dicho, en el mundo, que el niño libre es la semilla del rebelde. Especialmente en la primera infancia los padres espíritas deben alimentar el corazón infantil con la creencia doctrinal, con la bondad, con la esperanza y con la fe en Dios.

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