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quarta-feira, 25 de novembro de 2015

LAS MUJERES SON EL SUSTENTÁCULO DE CRISTO (Jorge Hessen)


Traducido por: Mercedes Cruz Reyes

Madri/Espanha


La primera de las congregaciones cristianas surgió en Galilea, y era compuesta  principalmente de mujeres sencillas  del  pueblo. Tales sustentáculos del Evangelio socorrían a los mendigos, pidientes, cojos, lisiados. En la crisis del Calvario, las mujeres galileas tuvieron posición destacada al pie de la cruz. La “Casa del camino” conto con la colaboración fundamental de ellas.

El  Cristianismo primitivo fue  el primer movimiento histórico que propuso  dar  a la  mujer una condición  de "status" social igual al del hombre. Las mujeres no fueron simples soportes de los pasajes que marcaron los tiempos apostólicos. Los evangelistas, de manera especial Juan, registraron la presencia femenina en la pasión  y al pie de la cruz. Fueron  ellas los testimonios de momentos-clave de aquellos áureos tiempos en el  que las mujeres eran tratadas como inferiores, aunque Cristo las trataba con indulgencia y reverencia.

En el primer prodigio público del Maestro en las bodas de Caná es descrita la robusta fe ejercida por Maria de Nazaret al instruir a los siervos a obedecer a su Hijo amado: “Haced todo cuanto Él os dice”. [1] Las jarras de agua fueron llenadas, y el  Señor transformó el agua en vino atendiendo al pedido de ayuda de Maria para servir a  los convidados al  casamiento.

En otra narrativa se cita a la mujer de Samaría, confirmando el respeto del Maestro por todas las mujeres, sin distinción de nacionalidad o formación religiosa. Tras marchar bajo un sol abrasador, el divino Carpintero paro para descansar y  calmar la sed. Inicio una conversación  con la mujer de Samaria a la  vera del pozo  de Jaco y solicitó un poco de agua. Gradualmente a lo largo de la conversación, la samaritana asumió un testimonio de la divinidad de aquel hombre, primero llamándolo “judío”, después de “Señor”, entonces “profeta” y por fin de “Mesías”. Se destaca que los judíos consideraban a los samaritanos más abominables que a cualquier otros gentíos y evitaban tener contacto social con ellos. En ese episodio, el Maestro más allá de abandonar las tradiciones judaicas declaró por primera vez  para la mujer que era el Cristo.[2].

El  sublime Galileo informó que tenía  el “agua viva” [3]y los que bebiesen de ella jamás tendrán  sed. Asombrada, la samaritana hizo otras indagaciones. El  príncipe de la Paz entonces reveló la desventura de ella y su actual relacionamiento impuro. Aunque ella pueda haberse sentido avergonzada, percibió que Jesús le hablo con autoridad, por cuanto respondió, absorta: “Señor, veo que eres profeta”.[4] Ella, entonces, dejando el pote de agua fue hasta la ciudad y anuncio: “Venid, ved a un hombre que me dijo  todo cuanto tengo hecho. ¿Por ventura no es este el Cristo?” [5]

El  evangelista narra que Jesús siempre atento a las mujeres conocía los detalles de la vida de ellas. Además de eso, El respetaba a todas ellas independientemente de su condición  moral. Tal como ocurrió  en otro episodio con la mujer adúltera. Aunque los escribas y fariseos persistiesen en provocar a  Jesús y  humillar a la adultera,  el Maestro por compasión  de la mujer caída, lanzo la sentencia a los acusadores: Aquel que de entre vosotros  estuviera  sin pecado sea el primero que tire la primera piedra contra ella. [6]. Condenándose a si mismos, los acusadores, uno a uno, se aparataron humillados, dejando apenas la frágil mujer ante el Gobernador de la Tierra que le preguntó: “Donde están aquellos tus acusadores? ¿Nadie te condenó? Y ella dijo: Nadie, Señor. Y le dijo Jesús: Ni yo tampoco te condeno¸ vete y no peques más. [7]

El Maestro trataba a las mujeres con compasión  y respeto, a despecho  de  sus historias. En otro episodio evidencio empatía consolando a la convertida de Magdala cuando la encontró en lágrimas en el jardín del sepulcro. Juan registra: “En el primer día de la semana, Maria Madalena fue al sepulcro de madrugada, siendo aún  oscuro, y vio la piedra retirada del sepulcro” [8]. Al ver que la piedra había sido removida, Maria corrió  para procurar ayuda y para alertar a los apóstoles de que el cuerpo de Jesús desapareciera. Ella encontró Pedro y a  Juan, que corrieran al sepulcro y solamente encontraron las ropas de sepultamiento. Entonces, los dos apóstolos partieran, dejando a Maria solita en el  jardín de la sepultura.

Madalena  estaba llorando en el jardín que quedaba junto a la  catacumba: la idea de no saber lo que había acontecido con el  cuerpo del Señor pudo haberla  dejado desolada. Aunque el Crucificado se le había aparecido y hablado con ella, al  principio ella no Lo  reconoció. Mas entonces “le dijo Jesús: Maria!” [9]en este  instante algo hace con que ella supiese que se trata va de su Salvador. El  reconocimiento fue  instantáneo. Sus ojos en lágrimas brillarán de alegría. Después de testimoniar  el Señor “resucitado”, fui pedido a Maria que testificase a los apóstolos que Él estaba vivo. Aunque los discípulos se hayan mostrado céticos al principio [10], el testimonio de Maria debe haber tenido algún impacto. Más tarde, los discípulos estaban reunidos para hablar de los acontecimientos de aquel día, probablemente ponderando  el testimonio de María, cuando “llego Jesús, y se puso en medio, y les dijo: La Paz sea con vosotros.”[11]

Históricamente el patriarcalismo ancestral ha  dominado la trayectoria del llamado Cristianismo inventado por los hombres. Produjeron un Dios “Padre” y no Madre, un Creador y no Creadora, fueron  12 apóstoles y no apóstalas, Jesús, hijo  y no hija. Más como observamos fueron  las mujeres que no solo participarán, protagonizaran también buena parte de los momentos decisivos del tiempo apostólicos.

Recordemos  Maria Salomé (esposa de Zebedeu), Maria [esposa de Cleofás], Maria (madre de Juan Marcos), Maria y su hermana Marta (hermanas de Lázaro) Lidia (madre de Silas), Juana  de Cusa, Loíde (abuelo de Timoteo) Eunice (madre de Timoteo), Priscila (esposa de Aquila) Lidia (viuda digna y generosa) Susana de entre otras que trabajaran en los bastidores.

Avanzando en el tiempo reverenciamos aquí las mujeres que protagonizaran los transcendentes momentos en los principios  de la Tercera Revelación. Fueron  ellas, las hermanas Fox, Florence Cook, Amalia Domingo y Soler, Elisabeth D'Espérance, Eusebia Paladino, Roger, Plainemaison las  que colaboraron intensamente para la propagación de la inmortalidad. El  Codificador tuvo incondicional apoyo moral de su consorte Amélie Gabrielle Boudet, estudio las arrebatadoras mediumnidades de las hermanas Julie Baudin y Caroline Baudin, Ruth Celine Japhet, Aline Carlotti e Ermance Dufaux.

Las hermanas Baudin psicografiaron la casi totalidad de las cuestiones de El Libro de los Espíritus en las reuniones familiares dirigidas por sus padres y gestionado  por el  codificador. Ruth Japhet fue la medianera responsable por la revisión  completa del texto, incluyendo ediciones del libro pionero. Aline Carlotti [12] era miembro del grupo de médiums a través del cual Kardec referendo las cuestiones más espinosas del Libro de los Espíritus, haciendo uso de la Concordancia de las Enseñanzas  de los Espíritus.[13]

Finalmente, no podríamos dejar de bancar una imparcial homenaje a los  personajes espirituales muy populares entre los brasileños, a saber: Maria Dolores, Meimei, Auto de Souza, ministra Veneranda, Sheila, Maria João de Deus (madre de Chico Xavier), Joanna de Ángelis, hermana Rosalía, Maria Dolores, Adelaida Augusta Cámara, Analía Franco, Anna Rebello Prado, Benedicta Fernández, Corina Novelino,  Heigorina Cunha, Yvonne do Amaral Pereira, Zilda Gama.

Notas e referências:

[1]            João 2:5
[2]            João 4:9–29
[3]            João 4:10
[4]            João 4:19
[5]            João 4:29.
[6]            João 8:7–8
[7]            João 8:10–11
[8]            João 20:1
[9]            João 20:16
[10]          Lucas 24:11
[11]          João 20:19
[12]          Era filha de sr. Carlotti, um dos iniciadores de Rivail nas pesquisas sobre os fenômenos mediúnicos
[13]          Kardec cita essa última checagem em Obras Póstumas, p.270 (26ªedição da Feb).

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