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segunda-feira, 26 de outubro de 2015

¿CÒMO ACTUAR CON LOS DESEOS DE LOS HIJOS? (Jorge Hessen)

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes
Madri/Espanha

Actualmente paira sobre Las familias modernas una grave amenaza en torno a la cultura del placer. El instituto familiar necesita de un gran choque de modelo y, sobre todo, de mucho apoyo religioso para alcanzar su equilibrio moral. Infelizmente, muchos padres quieren que los hijos tengan placer sin responsabilidad.

El estudio realizado por el Servicio de Protección al Crédito (SPC Brasil) y por la Confederación Nacional de Dirigentes Lonjistas (CNDL) apunta que la mayoría de las madres no resisten las solicitaciones de los hijos cuando ellos exigen la compra de juguetes, ropas y dulces. A rigor, muchas criaturas tienen noción sobre cómo utilizar astucias para persuadir a sus padres para que les compren lo que ellos quieren.

Muchas veces, los ruegos “ingenuos” aparecen en forma de travesura, intimidación, lloradera, induciendo algunos padres a la sujeción. Con todo, ceder a todas los deseos de los hijos (en el caso de las compras) puede no solo apenas desequilibrar al presupuesto familiar y llevar a los padres a contraer deudas, sin embargo también puede contribuir para instalar en los niños una serie de comportamientos inadecuados y tornar a los hijos manipuladores y menos tolerantes en la frustración, perjudicando su desenvolvimiento y sus relaciones sociales presentes y futuras.

Concordamos que una de las estrategias para evitar contiendas con los hijos durante las compras puede ser combinar reglas sobre lo que se podrá o no ser comprado antes del paseo. Para que esa solución sea eficiente, la madre debe ser clara y firme en la hora del acuerdo. Los hijos, cuando son niños, registran en su psiquismo todas las actitudes de los padres, tanto las buenas como en las malas, manifestadas en la intimidad del hogar. Por esta razón, los padres deben estar siempre atentos y, incansablemente, buscando un diálogo franco con los hijos, sobre todo, amándolos, independientemente, de cómo se sitúan en la escala evolutiva. Debemos transmitir seguridad a los hijos a través del afecto y del cariño constantes. Al final, todo ser humano necesita ser amado, gustado, mismo teniendo conciencia de sus defectos, dificultades y de sus reales diferencias.

La regla es clara, nadie en casa puede hacer aquello que no se puede hacer en la sociedad. Es preciso imponer la obligación de que el hijo haga eso, de este modo, se crea la noción de que él tiene que participar de la vida comunitaria. Un detalle es muy importante: los espíritas saben que la fase infantil, en su primera etapa (de los 0 a los 7 años), es la más importante para la educación, y no podemos relajarnos en la orientación de los hijos, en las grandes revelaciones de la vida. Bajo ninguna hipótesis, esa primera etapa reencarnatória debe ser enfrentada con indiferencia y o insensibilidad.

Principalmente la madre que “debe ser la exponente divina de toda la comprensión espiritual y de todos los sacrificios por la paz de la familia. La madre terrestre debe comprender, antes de todo, que sus hijos, primeramente, son hijos de Dios. Desde la infancia, debe prepararlos para el trabajo y para la lucha que los esperan. Desde los primeros años, debe enseñar al niño a huir del abismo de la libertad, controlando sus actitudes y concentrándole las posiciones mentales, pues esa es la ocasión más propicia para la edificación de las bases de una vida. Enseñará la tolerancia más pura, mas no desdeñará la energía cuando sea necesaria en el proceso de la educación, reconocida la heterogeneidad de las tendencias y a diversidad de los temperamentos.”.(1)

Para Emmanuel la madre “no debe dar la razón a cualquier queja de los hijos, sin examen desapasionado y meticuloso de las cuestiones, levantando los sentimientos para Dios, sin permitir que se estacionen en la futilidad o en los prejuicios morales de las situaciones transitorias del mundo. En la hipótesis de que fracasaran en todas sus dedicaciones y renuncias, compete a las madres incomprendidas entregar el fruto de sus labores a Dios, prescindiendo de cualquier juzgamiento del mundo, pues que el Padre de Misericordia sabrá apreciar sus sacrificios y bendecirá sus penas, en el instituto sagrado de la vida familiar.”.(2)

Los hijos rebeldes son hijos de nuestras propias obras, en vidas anteriores, cuya Bondad de Dios, ahora, concede la posibilidad de unirse a nosotros por los lazos de la consanguinidad, dándonos la estupenda oportunidad de rescate, reparación y los servicios arduos de la educación. De esa forma, ante los hijos insurgentes e indisciplinados, impenetrables a todos los procesos educativos, “los padres después de intentar todos los procesos de amor y de energía en el trabajo de orientación de ellos, es justo que esperen la manifestación de la Providencia Divina para el esclarecimiento de los hijos incorregibles, comprendiendo que esa manifestación debe llegar a través de dolores y de pruebas acerbas, de modo a instalarle, con éxito, el campo de la comprensión y del sentimiento.”.(3)

Los padres, tras agotar todos los recursos para bien de los hijos y después de la práctica sincera de todos los procesos amorosos y enérgicos para su formación espiritual, sin éxito alguno, “deben entregarlos a Dios, de modo que sean naturalmente trabajados por los procesos tristes y violentos de la educación en el mundo. El dolor tiene posibilidades desconocidas para penetrar los espíritus, donde la linfa del amor no consiguió brotar, no obstante el servicio inestimable del afecto paternal, humano. Es la razón por la cual, en ciertas circunstancias de la vida, se hace menester que los padres estén revestidos de suprema resignación, reconociendo en el sufrimiento que persigue a los hijos la manifestación de una bondad superior, cuyo buril oculto, constituido por sufrimientos, remodela y perfecciona con vistas al futuro espiritual.”.(4)

El Espiritismo no propone soluciones específicas, reprimiendo o reglamentando cada actitud, ni dicta fórmulas mágicas de buen comportamiento a los jóvenes. Prefiere acatar, en toda su amplitud, los dispositivos de la ley divina, que aseguran, a todos, el derecho de elección (el libre arbitrio) y la responsabilidad consecuente de sus actos. Por todas esas razones, precisamos aprender a servir y perdonar; socorrer y ayudar a los hijos entre las paredes del hogar, sustentando el equilibrio de los corazones que se nos asocian a la existencia y, se nos entregamos realmente en el combate en la deserción del bien, reconoceremos los prodigios que se obtienen de los pequeños sacrificios en casa por bases de la terapéutica del amor.

En últimas instancias cuando los hijos son rebeldes e incorregibles, impermeables a todos los procesos educativos, "los padres, después de intentar todos los procesos de amor y de energía en el trabajo de orientación educativa de los hijos, sin discontinuidad en la dedicación y del sacrificio, que esperen la manifestación de la Providencia Divina para el esclarecimiento de los hijos incorregibles, comprendiendo que esa manifestación debe llegar a través de dolores y de pruebas acerbas, de modo a instalarles, con éxito, el campo de la comprensión y del sentimiento."(5)

Referências bibliográfica:

(1) Xavier, Francisco Cândido. O Consolador. Pelo Espírito Emmanuel. 17. ed. Rio de Janeiro: FEB, 1995, per. 189
(2) Idem per. 189
(3) Idem per. 190
(4) Idem per. 191
(5) Idem per. 190

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