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sexta-feira, 10 de julho de 2015

¿SERÁ QUE HAY ESTATUTOS (POR EDAD) EN EL MÁS ALLÁ DEL TÚMULO PARA DELINCUENTES? (Jorge Hessen)

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes
Madri/Espanha

Confrontando 100 países que registraron tasa de homicidios, entre 2010 y 2014, para cada grupo de 100 mil habitantes, la Organización de las Naciones Unidas reveló que Brasil ocupa el sétimo lugar en el ranking de los países más violentos, eso mismo, SÉTIMO! Solo quedando por atrás de El Salvador, de Guatemala, de Trinidad y Tobago, de Colombia, Venezuela y de Guadalupe. Ahora, una sociedad corrompida como la brasileña con certeza precisa de leyes severas. Aunque,  en la  práctica, las leyes se destinan más a punir el efecto del mal, que a combatir la causa. En ese sentido, “solo la educación podrá reformar a los hombres, que, entonces, no precisarán más de leyes tan rigurosas.” [1]

No en tanto, hablar sobre la Educación en Brasil es quimera.  En verdad en la  patria del “Cruzeiro del Sur” la irreflexión  de maestros y educadores inmaduros, no habilitados moralmente para los relevantes menesteres de preparación de las mentes y caracteres en formación, contribuye con larga cuota de responsabilidad en el capítulo de la delincuencia juvenil, de la agresividad y de la violencia vigente en la tal “Patria del Evangelio”.

En Brasil paira en el imaginario colectivo una extraña sensación de impunidad. Lo  que la población, o la mayoría, quiere que no persista ese sentimiento de un legal pusilánime cuando crímenes graves contra la vida son practicados por “menores” , sobretodo los que están prestos a completar 18 años.  Esa percepción de absoluta desasistencia judicial plagas debajo del ecuador es inquietante. Notamos que muchos de los llamados “menores” se burlan del poder judicial cuando son “incautados” [detenidos] y puestos luego en libertad. Tales seres asaltan, estupran, secuestran y matan a las personas de bien, productivos  padres de familia, mujeres, ancianos y todo lo más que resuelven atacar, consciente de que no serán castigados.

Mas, los códigos de la Justicia del Creador están escritos en las consciencias humanas, sin excepción, sobretodo del “menor” criminal (“infractor”), malogrado el Estatuto del Niño y del Adolescente. ¿Será que un espírita consciente cree que un criminal “menor” que desencarne cometiendo crímenes tendrá en el más allá del túmulo un estatuto diferenciado al del criminal de 18 años que también desencarnó cometiendo crímenes? ¿Será que las leyes divinas se doblaran a los estatutos de resocializaciones para el “menor” criminal (“infractor”)? El Umbral es el destino de los criminales “menores” y mayores, y por allá permanecen mucho  más allá   de tres años (quien sabe siglos  o milenios). Dios es misericordioso, con todo, Sus leyes son neutras, inexorables, justas e INDEFECTIBLES.

ES obvio que no será amontonando millares de “menores” en el cilindró que vamos a resolver los problemas de violencia en este país. ¿Urge crear buenas escuelas con dignos profesores, aun  así pesquisas demuestran que el menor no quiere estudiar, la legislación no permite que trabaje, ante de eso él va hacer  el que? ¿Podemos culpar a los padres? ¿Tal vez si,  mas será que la sociedad está amparando al adolescente? En este país de fábulas, carnavales y fantasías no hay “níqueles de reales” para construcción de casas de recuperación, más si sobran millones de dólares para edificación de las fraudulentas arenas de futbol.

Sin la recuperación del “menor” para la honra del bien, todo el progreso humano continuará agitándose en las espineras de la ilusión y del mal. Se perfectamente que es ingenuidad acreditar que la reducción de la mayoridad para 16 años resolverá el problema de la criminalidad. Lo  que nuestro país necesita es de ética, moralización, nacionalismo y educación. La única educación que podría reducir la criminalidad es la educación moral, aquella dada en casa por los padres, la educación formal de las escuelas apenas instruye y hay “menores “criminales (“infractores”) muy bien instruidos.

En el sistema correccional los presos (adultos) y los “detenidos” (menores) deberían aprender profesiones útiles y trabajaran para hacer justicia a salarios. Tales criminales deberían pagar la comida y el tratamiento de salud, y parte de la remuneración debería ser reservada para la familia pobre de aquellos que perjudicaron, como resarcimiento a  sus víctimas. Tal sistema no devolvería vidas segadas por la  “del menor”, ni eliminaría el dolor familiar, más si podría ser experimentado como opción de indemnización.

Por cierto la solución no debe ser tan simplista. Mas para los menores criminales (“infractores”) debe haber punición, responsabilidad y resocialización. Es dantesco saber que es alto el índice de reincidencia en las prisiones que gira en torno de 70% y en  nuestro sistema de prisiones ya no comporta más presos. En Brasil, ellos son, hoy, más de medio millón, la cuarta mayor población  carcelaria del mundo. Perdemos apenas para los EUA (2,2 millones), China (1,6 millón) y Rusia (740 mil).  Ya en el  sistema socioeducativo, el índice de reincidencia es del 20%, lo que indica que el 80% de los menores infractores son recuperados. ¡Menos mal!

En Brasil, ay “mayoridad penal” (edad en la que el acusado puede ser procesado como adulto) cuenta a partir de los 18 años, y la “responsabilidad criminal” (edad en la que el acusado puede ser penalizado en régimen diferenciado) a partir de los 12 años. Creemos necesario haber alteración del Estatuto de la Criatura  y del Adolescente en lo que se refiere al aumento del tiempo de “internación” (prisión), a fin de que el “menor” criminal (“infractor”) con más peligrosidad pueda recibir, por más tiempo (el triple de lo actual), visando un tratamiento (correctivo) especial y cualificado, visando su reeducación y reinserción social. No entendemos otro camino.

Sin medios términos, a pesar de ser la opinión dominante entre los especialistas que transformar desde 18 para 16 años la mayoridad penal no restringirá la violencia y no conseguirá retirar al “menor” de la  criminalidad, urge reconocer que  es consenso, en la  población incrédula del judiciario, que medidas drásticas precisan ser tomadas para  garantizar la reducción  de la criminalidad y sobretodo que no sean trucidados por “menores” o mayores los ciudadanos productivos en esta insana sin fin guerra  urbana.  

Referência:
[1]          Kardec, Allan. O Livro dos Espíritos, RJ: Ed. FEB, 2000, questão 796

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