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terça-feira, 14 de abril de 2015

¿DE DONDE SURGE LA MALDAD? (Jorge Hessen)

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes
Madri/Espanha


El  significado del término maldad tiene  conexión con la cualidad de aquel o de aquello que es  malo, de acción maligna, la iniquidad y  la crueldad. Mas porque algunos tienen atractivo por la perversidad? El  tema siempre inquieto a los más diversos pensadores  en los diferentes campos del saber y de la acción humana: filosofía, ciencia, arte, religión.

Históricamente, según algunos modelos previsibles, los males humanos parecían no más destinados a preocupar a los pensadores, pues que la maldad parecía ser circunscrita. Para algunos estudiosos el “holocausto”, durante la Segunda Gran Guerra, surgió un nuevo debate sobre los límites de la barbarie, de la perversidad humana, lanzando en el universo intelectual europeo y mundial una onda de pesimismo y escepticismo.

Hanna Arendt, filósofa judía, que estudio las cuestiones del mal, escribió el libro “Eichmann en Jerusalén”, que analiza el juzgamiento del verdugo nazista, mentor de la muerte de millares de personas. Teniendo como referencial el “caso Eichmann”, la autora justifica que el mal puede tornarse banal e difundirse por la sociedad como un hongo, aunque apenas en su superficie. Para Arendt, las raíces del mal no están definitivamente instaladas en el  corazón del hombre y por no conseguir penetrarlo profundamente hasta el  punto de fijar en el  la morada, pueden ser extirpadas. Para muchos, el mal sería más fuerte que el bien, y que los Espíritus del mal estarían consiguiendo sobrepujar a los Benefactores espirituales, frustrándoles los designios superiores. En que pese a la  antigua tradición de tales asertivas, ellas son insustentables y falsas; diríamos mismo absurdas. Admitir el triunfo de lo maligno para prejuicio de la humanidad es  lo mismo que negar al Señor de la Vida los atributos de la omnisciencia y de la omnipotencia, sin los cuales no podría ser el Señor de la Vida.

El mal no adviene de los Estatutos del Todopoderoso como conciben algunos incautos, especialmente  aquellos que viven distanciados del entendimiento de la Buena Nueva. El mal es transitorio, no tiene raíces. Para El Espiritismo el mal es la propia creación del hombre y no tiene existencia solo temporal, transitoria, pues en el acuerdo mayor de la Vida no tiene sentido la permanencia del mal. En el capítulo en que trata de la escala espírita, el Codificador, al situar a los Espíritus imperfetos en la tercera orden, traza como sus caracteres generales “Predominancia de la materia sobre el Espíritu. Propensión para el mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las pasiones que les son consecuentes.”. [1]

La humanidad viene en los últimos años pasando por transformaciones viscerales. La influencia del materialismo sobre las cuestiones y la vida social crece considerablemente. Los valores morales están siendo corrompidos con asombrosa velocidad. Nunca el mundo preciso tanto de las enseñanzas espíritas como en estos tiempos actuales. Vivenciamos instantes en que se aguza la rebeldía  en los corazones cara a las imposiciones de ideologías fallidas, y  en los vendavales de la tecnología somos remetidos a los sacramentos  de las separabilidad e aislamientos, estableciéndose niveles de revueltas sociales inaceptables.

Obviamente no hay como  desconocer la lucha por la subsistencia. Están las enfermedades, las insatisfacciones, los conflictos emocionales, los desengaños. Las imperfecciones propias de aquellos con los cuales convivimos. En fin, las variadas vicisitudes de la existencia. En ese auténtico desorden, usando y abusando del libre arbitrio, cada cual va logrando victorias o cosechando derrotas, según el grado de experiencia conquistada. Unos ríen hoy, para llorar mañana, y otros que ahora se exaltan, serán  humillados después.

Debemos interrogar a la propia consciencia, pasando en revista los actos cotidianos, para la identificación de los desvíos de los deberes que deberían haber sido cumplidos y  de los motivos ajenos de queja por cuenta de nuestros actos. Revisemos periódicamente nuestras caídas y deslices en el campo moral, activando la memoria para acordarnos de las muchas espinas  que ya traemos clavadas en la "carne del espíritu"[2], tal como ensaña Paulo de Tarso. Estos espinos nos recordaran nuestra condición de enfermos en estado de larga recuperación, necesitados de cautela. El mal no es invencible, por lo contrario.

No conseguiremos librarnos de las consecuencias advenidas de los males que practicamos. El mal que nace en nosotros nos impregna y  temporalmente pasa a formar parte de nuestra personalidad. Pablo de Tarso, en su carta a los romanos, teje comentarios sobre las luchas que se debe trabar para combatir el mal en nosotros mismos, en una  frase ya célebre: "Porque no hago  el bien que quiero, más si el mal que no quiero, ese hago"[3].

El mal al que se refiere Pablo en sus epístolas es el mal trivial que subsiste en nosotros y es alimentado por nuestra voluntad. Y  que, en cierta medida, nos proporciona placer por el torpor de consciencia.

La  oscuridad es solamente ausencia de luz. No es real. Solo Dios es Vida; solamente el Bien es la finalidad de la vida. Para que podamos vislumbrar un mundo sin angustias y ni problemas sociales, libres de las miserias económicas y políticas, apelemos para el amor incondicional, que posee los recursos eficaces para la conciliación, el perdón, la transformación moral, fomentando el bien para el progreso, lo que concurre para enriquecer nuestra sensibilidad, primorear nuestro carácter, haciendo que se nos desabrochen nuevas facultades, lo que vale decir, se dilatan nuestros gozos y aumente nuestra felicidad.

En suma, el mal deriva del corazón  humano y  la batalla del bien contra el mal, tema de incontables libros y filmes, debe ser trabada en los dominios de nuestros propios corazones, por encima de todo.

Referências bibliográficas:
[1]            Kardec, Allan. O Livro dos Espíritos, pergunta 89, RJ: Ed. FEB, 2000
[2]            II Coríntios 12:7
[3]            Rom 7:19

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