A LUZ NA MENTE

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quarta-feira, 23 de maio de 2012

PERDONAR ES TENER DOMINIO SOBRE LA FELICIDAD PARA CONQUISTAR LA PAZ




Traducido por Merchita
Madri/Espanha
merchitacruz@gmail.com


Todos ansiamos la conquista de la paz y procuramos la alegría de vivir en la Tierra. ¿Sin embargo, que tipo de felicidad es esa que cuanto más se procura más apartada  permanece?  Para que verdaderamente conquistemos la paz y la felicidad, es urgente reconozcamos nuestras debilidades morales y nos pongamos  a la práctica  de la mejoría personal. De las diferentes angustias que nos apartan de la paz y de la felicidad, la amargura tiene el lugar de revelo. Pensando en eso, deliberamos escribir  a respecto del perdón,  por considerarlo ser una de las grandes virtudes, por vía de los cuales conseguiremos la paz la felicidad codiciadas.
La finalidad de “perdonar setenta veces siete” proferida por Jesús precisa ser aplicada al máximo limite en nuestras experiencias cotidianas. No obstante, excepcionalmente conseguimos perdonar a las personas que nos causaron algún agravio, lesión,  pérdida u ofensa, pues siempre elegimos permanecer enojados, disgustados, resentidos o heridos (a veces incluso hasta toda una vida entera e incluso varias encarnaciones). Hay casos en que en algunos instantes después de la ofensa, quizá, el agresor que nos daño ya haya olvidado  la expresión infeliz o el insulto que nos dirigió. En lo que tañe a nuestro sentimiento de justicia, experimentamos  en cada enfrentamiento sufrido la cólera o la aversión y en diversas ocasiones   preferimos esparcir con el tiempo esos sentimientos destructivos, en la forma de rencor, preservando en recovecos de nuestra  mente la aflicción, la agonía, la ansiedad por largos años.
Jesús enseño: “Si perdonáis a los hombres las ofensas que  os hacen, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados. Más si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre o perdonará vuestros pecados”. (1) Perdonar es una actitud  sublime, más allá del imperativo, ya que para que seamos perdonados es menester que absolvamos al ofensor. El Creador nos ha indultado desde siempre. Tomándose por base  la invitación del perdón, enseñado y ejemplificado por Cristo, aprendamos  a no permitir consternaciones, injurias, daños morales de cualquier especie nos causen repugnancia, decepción  y agresividad delictuosa. Tenemos en la figura incomparable del Crucificado el ejemplo culminante de clemencia.
Infelizmente, casi siempre optamos por no perdonar  en el sentido más exacto del término perdón. Creamos imágenes sobre la ofensa sufrida y permanecemos reproduciendo la amargura a todos los que se cruzan en nuestro camino, y muchas veces llegamos a las lágrimas, haciéndonos victimas casi siempre ante  todo y de todos. Cuando nos topamos con alguna persona dispuesta a escuchar nuestra pena, continuamos reviviendo de continuo la historia del insulto en nuestro corazón. Esa sensación nos deteriora las ideas y ocupa un inmenso espacio en nuestra mente. Es una categoría de auto-obsesión. Con la mente embebida  de pensamientos de “venganza y justicia  de las propias manos”, no alcanzamos  raciocinios lógicos; no localizamos expedientes creativos para las dificultades más simples, arruinamos la aptitud de concentración, nos tornamos  irrequietos y enfadados con pequeñas cosas.
 “El perdón del Señor es siempre transformación del mal en el bien, con renovación de nuestras oportunidades de lucha y rescate, en el gran camino de la vida. el perdón es en cualquier tiempo, siempre un trazo de luz conduciendo  nuestra vida en comunión con Jesús.”(2) Más cuando optamos  por no perdonar (o solamente perdonar de “boca por fuera”), denunciamos al otro por nuestra desdicha, lo que equivale  a responsabilizar al prójimo  por nuestra condición de víctima en  una sin fin amargura.  Actuando así, estamos ofreciendo autoridad al ofensor sobre nosotros, o sea, la facultad de despedazar nuestra paz, nuestra calma, nuestro placer de vivir (felicidad) y sobre todo nuestra preciosa salud.
No desconocemos que nuestro estado emocional conduce a la salud de todos  nuestros complejos fisiológicos. Cuando sustentamos buenos pensamientos y serenas emociones, generamos frecuencias magnéticas que alcanzan  todas las estructuras celulares, conduciendo a las reacciones electro bioquímicas, a la savia inmunológica, a la división de las células, a la simbiosis entre tejidos, a la alimentación, a las funciones neuropsíquicas, a la pujanza de ánimo, en fin, al vigor y a la harmonía del marco orgánico.
 Sin sombra de duda, el máximo de beneficios  del perdón es para quien perdona incondicionalmente. El infractor que nos ocasionó determinado agravio no está torturado con nuestra situación emocional. “Quien ofende olvida” – dice el dicho popular – y es verdad! El ofensor, como vía de regla, olvida la injuria que suscitó nuestro enjuiciamiento con la consecuente condenación. En buena medida, perdonar constituye aligerar el corazón; arrancar un espino clavado en el alma, tener dominio sobre tan procurada felicidad y conquistar la paz.

Jorge Hessen
http://jorgehessen.net

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