En el capítulo I del monumental libro “Pablo y Esteban” hay una descripción de la ciudad de Corinto, reedificada por Julio Cesar, localizada al sur de Grecia entre los mares Jonio y Egeo, en el Mediterráneo. Destruida por el cónsul romano Mumio en 146 a. C.; Corinto era un importante centro productor de uvas y pasas. Homero (autor de Iliades y de Odisea) le llamó “Riquísima Corinto” por la excelencia de sus tierras. También era famosa por el libertinaje y los romanos encontraban allí un vasto campo para sus excesos.
En el año 34 a. D., Corinto fue atormentada por el peso de la violenta rebeldía de los esclavos oprimidos. Controlando la situación los romanos eligieron numerosas familias judías para sus exhortaciones. Una de ellas fue el clan de Jochedeb, padre de Abigail (18 AÑOS) Y Jeziel (25 años de edad)
Licinio Minucio, cuestor del Imperio, confiscó la propiedad de Jochedeb y le dilaceró la familia. Ben Jared, considerado violador de la ley romana, fue condenado y muerto bajo la violencia del látigo en presencia de los dos hijos.
Abigail fue amparada por la pareja Zacarías ben Anam y su esposa y paso a residir, en una granja, en el camino de Jope. Todavía, el joven Jeziel, después de sufrir bárbaro martirio por golpes, fue recogido de la prisión y después de 30 días fue conducido para el servicio en las galeras romanas.
En Cefalonia la embarcación recibió a Sergio Paulo, patricio romano, que se dirigía para la ciudad de Citium en misión de naturaleza política. Durante el viaje el aristocrático romano adoleció gravemente. Se abrió su cuerpo en ulceraciones, de tal modo que sus coterráneos no se arriesgaron a tratarlo. El constreñimiento fue impuesto al joven Jeziel que valiéndose de las oraciones curó el eminente romano, mientras el propio, Jeziel, contraía la misma molestia.
Comprometido cara al cuidado del hermano Abigail, Sergio Paulo consiguió persuadir al comandante de la galera, cuyo objetivo era tirar por la borda al mar a Jeziel con el propósito de impedir el contagio en la embarcación, para dejarlo en Tierra, en la costa Palestina. En tierra firme, fue conducido a la Casa del camino, en Jerusalén.
En la Institución, recibido por Pedro y Tiago menor, Jeziel fue asistido y después de dos semanas quedó curado y deprisa se aficionara el Pescador como un verdadero hijo. Por sugestión del viejo apóstol paso a adoptar el nombre de Esteban, en homenaje a la vieja Acaia, en Grecia.
El hijo de Jochedeb estaba en las afueras de Sebastes y descendía de la tribu de Issacar. Analizaba las profecías, sobre todo las de Isaías, por las bellas promesas divinas de que fue portador, anunciando al Mesías. Allí, en la Casa del Camino, quedó sabiendo que Jesús había sido crucificado hacia más de un año y, con lagrimas, recordó al profeta: “Levantarse como un arbusto verde, viviendo la ingratitud de un suelo árido, donde no habrá gracia ni belleza. Cargado de oprobios y despreciado por los hombres, todos le volvieron el rostro. Cubierto de ignominias, no mereciera consideración. Es que El cargara el fardo pesado de nuestras culpas y de nuestros sufrimientos, tomando sobre si todos nuestros dolores.”(1)
Esteban se instruyo en las anotaciones de Mateo sobre el Divino Maestro y prontamente se integró en la vida de la comunidad cristiana, en poco tiempo se tornó celebre en Jerusalén. Recuerda Emmanuel: “Cuando muchos discípulos de Jesús dejaban de ampliar los comentarios públicos para más allá de las consideraciones agradables al judaísmo dominante, el presentaba a la multitud, el Salvador del Mundo, indiferente a las luchas que iría a provocar, comentando sobre la vida del Crucificado con su verbo de luz.”(2)
Su primer encuentro con el futuro “Apóstol de los Gentíos” ocurrió en el año 35, en el cenáculo de la Casa del Camino, cuando Saulo allí estuvo, llevado por Sadoc que lo incitaba a perseguir a “los hombres del camino”, cuyo prestigio ascendía en Jerusalén. Durante la palestra, el hermano de Abigail leyó un trecho de las anotaciones de Mateo capitulo 10 versículo 6 y7 “Más id ante las ovejas perdidas de la casa de Israel; y, yendo, predicad diciendo: Es llegado el Reino de los Cielos.” (3) Explico que la Buena Nueva era la respuesta de Dios a la llamada de los humanos. Moisés fue el conductor, más, Jesús es el Salvador. Con la Ley éramos siervos, con el Evangelio somos hijos libres de un Padre amoroso justo y bueno. Predicaba Esteban.
Saulo lo amenazó con la autoridad del Sinedrio, con todo el orador no se atemorizó y respondió al rabino si tenía alguna acusación legal contra el, que la expusiese y seria obedecido; más, en aquello que dice respecto a Dios, solo el Creador competía discutirle. Esteban tenía conciencia de que el Sanedrín tenía muchas maneras de hacerle llorar, más no reconocía poderes para obligarle a renunciar al amor de Jesucristo.
Anunció al hijo de Tarso que aquel templo humilde era construcción de la fe y no de justa casuística. Angustiado, Saulo providenció para que el orador fuese conducido al Sanedrín a fin de ser interrogado. Bajo falso testimonio de Noemias el joven Esteban fue acusado de blasfemo, calumniador y brujo, sin embargo, explico a todos que no faltaba al respeto de Moisés, más no había de dejar de reconocer la superioridad de Jesucristo, por eso, sabría pagar, por el Maestro, el precio de la más pura fidelidad.
Saulo, por venganza, en la condición de juez, deliberó la pena de lapidación contra el hermano de la novia (Abigail, hermana del reo) encarcelado por dos largos meses. Después de la lectura de las denuncias, antes de proferir la sentencia, Saulo le preguntó si estaría dispuesto a renegar del Carpintero, con lo que sería salvada su vida. La respuesta con valentía del hijo de Corinto fue que nada en el mundo lo haría renunciar a la tutela de Jesús. Morir por El significaba una gloria.
En el día señalado para el apedreamiento, Esteban presentaba crecida barba y maltratada, traía equimosis (sangre seca) en las manos y en los pies. Caminando vigorosamente, fustigado fue conducido a las proximidades del altar de los sacrificios, en el Templo. Esposado en el tronco del suplicio, con las muñecas sangrando, por la brutalidad de los soldados, bajo el sol abrasador de las primeras horas de la tarde, cruelmente fue apedreado.
Los verdugos eran los emisarios de las sinagogas de las ciudades que convergían al templo. Tales verdugos se esmeraron para “resguardar” la cabeza del condenado, con el fin de que el abominable espectáculo perdurase más tiempo. en ese momento Esteban piensa en Jesús y ora. El pecho se cubre de heridas y la sangre fluye abundante. Recita el Salmo XXIII: “El Señor es mi pastor, Nada me faltará. Él me hace descansar en verdes pastos, me Guía mansamente a aguas muy tranquilas, Refrigera mi alma, me Guía en las veredas de la justicia Por amor a su nombre. Aunque yo anduviese Por el valle de las sombras de la muerte, No temería mal alguno, porque Tú estás conmigo… Tu vara y Tu callado me consuelan.”(4) ¡Sintiendo la presencia de sus amigos espirituales exclama: “Es que veo los cielos abiertos y a Cristo resucitado en la grandeza de Dios!” (5)
Recuerda a la hermana Abigail. ¿Por donde andaría? ¿Qué habría sido de ella? Nunca más la encontraría. Abigail, novia de Saulo, y por el invitada para asistir a la ejecución llegaba en aquel instante. Ella que no deseaba contemplar el vil espectáculo. Intentó incluso junto a Saulo si no podría ser otra la sentencia del joven predicador, a respecto del cual el novio le hablara.
Sorprendida, reconoce al hermano y el, ante la visión de Cristo que miraba melancólicamente para Saulo, la reconoce igualmente. Ya no tiene la certeza si ella en espíritu allí se presenta o si es producto de alguna alucinación, por los dolores que lo embargan.
A pedido de Saulo, que no entiende como se torna al verdugo del hermano de su novia, Esteban es retirado del poste y conducido al gabinete de los sacerdotes. tanto como tuvo fuerzas el primer mártir del Cristianismo resumió para Abigail su historia y lanzo en su alma las primeras simientes de la Buena Nueva. La hermana le presento al novio, Saulo, a quien el moribundo contempla sin odio y acentúa:”Cristo os bendice… No tengo en tu novio, a un enemigo, tengo a un hermano… Saulo debe ser bueno y generoso, defendió a Moisés hasta el fin…” (6)
La escena es conmovedora. Abigail dejo al hermano preso al poste del martirio en Corinto una vez, y vuelve a encontrarlo, en idéntica condición, en Jerusalen. Ahora, por petición de él, conforme lo hiciera un día, en la sala de torturas. El desencarna, en su regazo.
Esteban quedaría ahora más junto al cuñado, transmitiendo los pensamientos de Jesús. Sería el intermediario entre Cristo y el apóstol de los gentíos. Sería aun el hijo de Corinto que, al lado de Jesús, y de Abigail (desencarnada poco después del hermano, acometida por la fiebre) vendría a recibir al apóstol Pablo, liberado de los lazos de la carne, conducido por Ananias para la región del calvario, luego después de su decapitación ocurrida en Roma.
Jorge Hessen
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