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En el renacimiento, los grandes pensadores criticaron y cuestionaron la autoridad de la Iglesia de Roma, por el hecho de la producción intelectual, en su gran parte, por expresar una dimensión religiosa. En contraposición, buscaron la apropiación del conocimiento, partiendo de la observación objetiva de la naturaleza, por la investigación experimental; enseguida, derivaron conclusiones, por la constatación, y, por fin, formulada la teoría, explicar y demostrar la realidad observada, sucediendo una ligación entre ciencia y técnica racional. La primera gran descubierta, de la entonces ciencia moderna, de que se tiene noticia, fue la teoría de la “gravitación universal” de Isaac Newton, posteriormente a las leyes planetarias de Johannes Kepler y la de la ley de “caída de los cuerpos” de Galilea Galilei. En el Siglo XX, Albert Einstein, partiendo de otros presupuestos de las tesis newtonianas, sobre la gravitación universal, concluyo por teoría “la de la relatividad”, un abordaje diferente sobre las realidades del micro y del microcosmos.
La clásica física era considerada la llave de las respuestas de la vida del mundo material, estribada en el determinismo mecanicista. En la década de 1920, las descubiertas de Louis-Víctor Broglie, en el campo de la física quántica, imprimen un nuevo sentido al pensamiento científico. En ese momento, el físico alemán, Warner Kart Heisenberg, formula el principio “de la in certeza” y, con el, se irrumpe un “racionalismo” en la ciencia, que redimensionó la distancia del hombre ante las realidades de la vida.
Los cuentistas ya no podían más proclamar que nada existía en la vida que la ciencia no pudiese explicar y que todas las cosas, fenómenos y ocurrencias podrían ser esclarecidos a través de causas naturales. En medio de esas discusiones, surge Allan Kardec, que, inspirado por los espíritus luminosos, sentencio: Fe verdadera es aquella que enfrenta frente a frente la razón en cualquier época de la Humanidad, respondiendo a los enigmas que insistan en desafiar las inteligencias, aun mismo la de aquellos que confiaban en los determinismos tecnicistas del nec plus ultra de los muros académicos.
¿Al final, quienes somos? ¿Por qué nacemos? ¿De donde venimos, y para donde vamos, después de la desencarnación? Eran cuestiones que el cientificismo, de entonces, no respondía. De ese modo, la revelación de los espíritus, en una hora de descubiertas científicas y de desequilibrios morales, trajo luz a la propia ciencia, enceguecida momentáneamente por los excesos de ritualistica academia de sus mensajeros. Los preceptos espiritas se consubstancian en el manantial más expresivo de las verdades eternas. Su misión posterga por el proceso de erguimiento del edificio desmoronado de la creencia cristiana. Sus lecciones nos remiten a las más profundas reflexiones sobre la ciencia evangélica, demostrando que el amor fuerza de convencimiento está en las obras edificantes realizadas y en el buen ejemplo moral de sus seguidores.
Sabemos que el clonage, los viajes espaciales, la cibernética y la genética se acoplan al proceso de nuevas búsquedas científicas para el perfeccionamiento de las especies, animal y vegetal, no hiriendo a las leyes naturales, una vez que tenemos que disponer de mucho empeño en la conquista de la perfección, y para la cual tiende la propia naturaleza. En ese desiderato, Dios se sirve de ese esfuerzo cultural del hombre, para el propio hombre.
El Espiritismo es el hilo de ligación entre la ciencia y la religión, al mostrar las relaciones entre el mundo espiritual y corporal. La fe inteligente vencerá a ese materialismo dominador, resultante de una ciencia capeadora y una religión ciega. Hay preludios de una significativa revolución moral, señalizando una nueva era para la Humanidad, y, en ese sentido, las relaciones sociales se modificara, bajo el signo del verdadero progreso.
Distantes de los conflictos ideológicos, consecuentes de discusiones estériles en el campo intelectual, con el objetivo de endosar el racionalismo, para justificar “certezas” de las nombradas ciencia exactas, que se contraponen a las conocidas ciencia humanas, las lecciones de Cristo, como “ciencia del alma”, irán a presentar el asilo de los afligidos, para los que oyeron aquella misericordiosa exhortación: “Venid a mi, vosotros que sufrís y tenéis sed de justicia y yo os liberare. Sin embargo, para ese alivio, urge que estemos dispuestos a acompañar al Maestro, tomando la cruz, y siguiéndole los pasos.
Urge reconocer, de esa forma, que la génesis de todas las religiones y de todas las ciencias de la Humanidad está en el Corazón Augusto de Jesús. No queremos, con esa afirmación divinizar sectariamente al “Príncipe de la Luz”, más, si apenas, recordar su majestuosa ascendencia sobre el Orbe que nos abriga.
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