Traducido por: Mercedes Cruz Reyes
Madri/Espanha
Si comprendiésemos mejor los mecanismos de la Ley de acción y reacción evitaríamos infortunios, ambiciones y deshonras que, definitivamente, no estarían en nuestro camino, seriamos más comedidos en todas las acciones diarias. Precisamos reflexionar la Ley de causa y efecto con el máximo discernimiento, a fin de concienciarnos sobre su imposición rígida y fatal, que ataca tanto reparaciones chocantes, como gratificaciones sorprendentes, siempre, justas, juiciosas y controladas, las cuales expresan la respuesta de la Naturaleza, o de la Creación, contra la desarmonía constituida o sumisiones a los códigos divinos en sus suaves aspectos.
“Cuan severa y temible es la ley que rige los destinos de la Creación! Los hombres terrenos precisan ser avisados de estas impresionantes verdades, a fin de que mejor se conduzcan durante las obligatorias travesías de las existencias.”[1] La Ley de acción y reacción o causa y efecto también popularizada como Ley del “carma” [2], conocida desde las civilizaciones más antiguas.
Nadie está sujeto al imperio aleatorio del “acaso”, pues este no existe. La casualidad no tiene espacios en los diccionarios espíritas, por tanto no tiene poder capaz de regir nuestros destinos. Es la Ley del “carma”, Ley de “causa y efecto” o la Providencia divina, que todo ordena, corrige y actúa, interferido tanto en las dimensiones infinitésimas del microcosmo, como en la inmensidad colosal del macro universo. Tal divino dictamen objetiva exclusivamente administrar el mejoramiento incesante de todas las cosas y seres que estructuran la harmonía de la Ley del Creador.
La Ley de causa y efecto tonifica la contabilidad divina con su saldo acreedor o deudor para con nosotros. Las elevadas regulaciones del Padre demuestran que “la sembradura es libre, más la cosecha obligatoria”, y “a cada uno será dado conforme sus obras”, por tanto, no permiten excepciones a nadie, mas ajustan las criaturas a la disciplina individual y colectiva, tan necesarias para el equilibrio y harmonía de la Humanidad.
El principal medio de modificar para mejor el llamado “carma” o cuenta del destino creada por nosotros mismos reside en el control de nuestros deseos, pensamientos, palabras y acciones, pues, à medida que nos mejoramos, reduciremos o modificaremos los débitos del pasado y crearemos un nuevo “carma” para el futuro.
Sufrimos tras la desencarnacion los resultados de todas las imperfecciones que no conseguimos corregir en la vida física. La Ley divina instituye que felicidad y desdicha sean reflejos naturales del grado de pureza o impureza moral. La completa felicidad refleja la purificación completa del Espíritu, mientras la imperfección causa sufrimiento y privación de la alegría Por tanto, toda perfección alcanzada es fuente de gozo y atenuante de sufrimientos.
Por la justicia de Dios sufrimos no apenas por el mal que hicimos más también por el que dejamos de hacer en la Tierra o en el Más Allá del Túmulo. El sufrimiento (expiación) varía según la naturaleza y gravedad de la falta, pudiendo la misma falta producir expiaciones distintas, según las circunstancias, atenuantes o agravantes, en que fuera cometida. Para la Codificación espírita no hay regla absoluta ni uniforme en cuanto a la naturaleza y duración de la penalidad: - la única ley general es que toda falta tendrá punición, y todo acto meritorio tendrá gratificación, según se valor.
Cara del libre arbitrio somos siempre jueces del propio destino, pudiendo prolongar los sufrimientos por la persistencia en el mal, o atenuarlo y hasta anularlos por la práctica del bien. Uno de los mecanismos que suavizan el sufrimiento es la contrición. Entretanto no nos basta el arrepentimiento, pues son imprescindibles la expiación y la reparación. Allan Kardec explica lo siguiente: “arrepentimiento, expiación y reparación constituyen las tres condiciones necesarias para aplacar los rastros de un fallo y sus implicaciones. El arrepentimiento suaviza los amargores de la expiación, abriendo por la esperanza el camino de la rehabilitación; solo la reparación, con todo, puede anular el efecto distrayéndole la causa. De lo contrario, el perdón sería una gracia, no una anulación.”[3]
El arrepentimiento puede darse por todas partes y en cualquier tiempo; si fuera tarde, sin embargo, el culpable sufre por más tiempo. Hasta que los últimos vestigios de la falta desaparezcan, la expiación consiste en los sufrimientos físicos y morales que le son consecuentes, sea en la vida actual, sea en la vida espiritual tras la muerte, o aún en la nueva existencia corporal. La reparación consiste en hacer el bien aquellos a quien se había hecho el mal. En que pese a la diversidad de géneros y grados de sufrimientos de los Espíritus imperfetos, la Ley de Dios establece que el sufrimiento sea inherente a la imperfección.
Toda imperfección, así como toda falta de ella proveniente, trae consigo la propia punición en las consecuencias naturales e inevitables. Siendo así, la molestia pune los excesos y de la ociosidad nace el tedio, sin que sea menester de una condena especial para cada falta o individuo. Pudiendo todo hombre liberarse de las imperfecciones por efecto de la voluntad, puede igualmente anular los males consecutivos y asegurar la futura felicidad. A cada un según sus obras, en el Cielo como en la Tierra: - tal es la ley de Justicia Divina. [4]
Referências bibliográficas:
[1] Pereira, Ivone. Dramas da Obsessão, ditado pelo espírito Bezerra de Menezes, RJ: Ed. FEB, 2004
[2] Expressão hinduísta exprimindo o efeito que nossas ações geram no futuro (tanto nesta como em outras encarnações)
[3] Kardec, Allan. O Céu e o Inferno, As penas futuras segundo o espiritismo, seção: código penal da vida futura, RJ: Ed. FEB 1977
[4] Idem
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