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terça-feira, 7 de outubro de 2014

DESVARÍOS DE UN ILUSTRE E INSURGENTE FÍSICO (Jorge Hessen)


Traducido por: Mercedes Cruz Reyes
Madri/Espanha
merchitacruz@gmail.com

Stephen Hawking, uno de los más influyentes físico teórico desde Einstein, confinado a una silla de ruedas por cuenta de una Dolencia Neuronal Motora (MND), ha aseverado insistentemente que no hay necesidad de invocar a Dios para explicar la existencia del Universo. Garantiza que “no existe ningún paraíso y vida después de la muerte.” (1) Bajo el deslumbramiento de su inocua inteligencia, continuamente negando la vida espiritual, Hawking ya admitió que intento el suicidio en la década de 1980, cuando la enfermedad neurológica comprometió sus capacidades de respirar y hablar.

Ateo y materialista Hawking infelizmente desconoce que el suicida, además de sufrir en el mundo espiritual las dolorosas consecuencias de su gesto impensado de rebeldía ante las leyes de la vida, aun renacerá con todas las secuelas físicas de ahí resultantes, y tendrá que afrontar, nuevamente, la misma situación provacional que su flácida fe y distanciamiento de Deus no le permitirán el éxito existencial. Probablemente las actuales restricciones físicas del afamado e insurrecto científico sea resultado de algunos suicidios cometidos en vidas anteriores.

Los espíritas, sabemos que el suicidio es la más desastrosa manera de huir de las pruebas o expiaciones por las cuales deben pasar el hombre. Es una puerta falsa en la que el individuo, juzgando libertar-se de sus males, se precipita en una situación mucho peor. Arrojado, violentamente, para más allá del túmulo, en plena vitalidad física, revive, intermitentemente, por mucho tiempo, los acicates de consciencia y sensaciones de los desastrosos instantes, además de quedar sometido en regiones de penumbras, donde sus tormentos serán importantes para el sacrosanto aprendizaje, flexibilizándolo y enseñándolo a respetar la vida con más empeño.

Bajo el guante de la enfermedad que podría representar un benévolo convite de la vida para reflexiones espirituales el rebelado científico británico permanece bajo el yugo de ingenua rabieta contra Las Leyes del Creador. Stephen ha presentado argumentos incoherentes, defendiendo el derecho de un paciente terminal optar por la muerte asistida (eutanasia). Expone el insurgente Hawking que "si alguien tiene una dolencia terminal y está sufriendo tiene el derecho de elegir poner fin a su vida."(2)

Ignora el rebelde físico británico que el médico que practica la eutanasia no honra el Juramento de Hipócrates. El “Padre de la Medicina”, que vivió en Grecia, 460 a.C., e era tenido como descendente de Esculápio, el dios de la medicina. Su compromiso de honra es considerado la ley moral mayor del arte y de la ciencia de curar. Su íntegra, muy poco conocida, contiene la prohibición tácita da eutanasia. Veamos:

“Juro por Apolo, médico, por Asclepios, Hiligéia y Panacéia y tomo por testimonio todos los dioses y todas las diosas hacer cumplir conforme mi poder y mi razón el juramento cuyo texto es este: Aplicar los regímenes, para el bien de los enfermos, según mi saber y mi razón, nunca para perjudicar o hacer mal a quien quiera que sea. A nadie daré, para agradar, remedio mortal [eutanasia], ni consejo que lo induzca à la destruición.”

No cabe al hombre, en circunstancia alguna, o bajo cualquier pretexto, el derecho de escoger y deliberar sobre la vida o la muerte de su prójimo, y la eutanasia, esa falsa piedad, interrumpe la terapéutica divina en los procesos redentores de la rehabilitación. Los discípulos de Allan Kardec saben que la agonía prolongada puede tener la finalidad preciosa para el alma y la molestia incurable pueda ser, en verdad, un grande beneficio para el enfermo. Pues no siempre conocemos las reflexiones que el Espíritu puede hacer en las convulsiones de dolor físico y los tormentos que le pueden ser otorgados gracias a un relámpago de arrepentimiento.

De este modo, entendamos y respetemos el dolor, como instructor de las almas y, sin vacilaciones o indagaciones des cabidas, amparemos a cuantos experimentan la presencia constringidora y educativa, recordando siempre que a nosotros compete, tan solamente, el deber de servir, por cuanto a la Justicia, en última instancia, pertenece a Dios, que distribuye con nosotros el alivio y la aflicción, la enfermedad, la vida y la muerte, en el momento oportuno.


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