
Traducido por: Merchita
E-mail: merchita926@ya.com
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Tenemos conciencia del poder que una expresión verbal puede ejercer sobre nuestras emociones. Una simple palabra, cuando es dicha en “ciertas” ocasiones, sea ella de estimulo o de desanimo, provoca indicios, en quien la oye, de que puede reaccionar, positivamente, y modificar su manera de pensar sobre determinada circunstancia de la vida. Por otro lado, la mera palabra pronunciada en el momento “inadecuado” puede ser motivo de grandes dolores morales. Nosotros no estamos habituados a reflexionar, sensatamente, sobre la fuerza actuante que tienen las palabras. La palabra, como una articulación de sonidos provenientes de un determinado pensamiento ligado a emociones y sentimientos específicos, sirve como un detonador practico de todo ligado a ella.
Muchas personas creen que el insultar es, “apenas”, una respuesta instintiva para algo doloroso e imprevisto como, por ejemplo, darse con la cabeza en la esquina del armario, un golpe inesperado con algún obstáculo o, aun, cuando nos vemos ante alguna frustración o contratiempo. Esos son los momentos más comunes en las personas para expresiones de bajo catadura, y muchos pesquisidores acreditan que ellas “ayudan” a aliviar el estrés y a disipar la energía, de la misma forma que el llanto en las criaturas.
Todos los pueblos y religiones antiguas poseían o poseen palabras consideradas sagradas y otras malditas, palabras que presentan un poder de carga vibratoria, asumiendo aun mismo, en ciertos casos, una irretroactividad del mensaje, una vez proferidas. Todos los idiomas poseen palabras obscenas, más las que son consideradas como tal, lo que ellas significan, y el impacto que ellas acusan cuando son pronunciadas, cambian con el pasar del tiempo, asumiendo nuevos sentidos. En muchas lenguas, palabras, que antes, eran consideradas tabees se tornan comunes y otras pasaron a ser entendidas como obscenas.
Un estudio de la Escuela de Psicología, de la Universidad de Keele, en Inglaterra, publicado por la revista especializada NeuroReport afirma que decir palabrotas puede aliviar el dolor físico, puesto que acelera el ritmo de batimientos cardiacos lo que puede disminuir la sensación de dolor. (¡¿…) Para comprobar esa extraña tesis, el psicólogo Richard Stephens decidió investigar el papel de las expresiones ofensivas en la respuesta del cuerpo al dolor, y propuso, a 64 voluntarios, que colocasen sus manos en cubos de agua, llenos de hielo, mientras pronunciaban una palabrota elegida por ellos mismos. El batimiento cardiaco de los voluntarios fue medido durante la experiencia y, realmente, se mostró más acelerado cuando ellos decían palabrotas. Un estudio anterior, de la Universidad de Norwich, intentó mostrar que el uso de palabrotas ayuda a disminuir el stress en el trabajo. Para tales estudiosos, decir palabrotas provoca, no apenas, una respuesta emocional, sino también, una respuesta física. Para tales estudiosos, las palabrotas existen hace siglos y es casi un fenómeno lingüístico humano universal. (¡¿…)
Afirman que, al inicio de la infancia, el lloro es una forma aceptable de demostrar las emociones y aliviar el stress y ansiedad. Conforme las criaturas crecen, principalmente los niños, la sociedad occidental los desanima a llorar, principalmente en público, más ellos, aun, precisan de un escape para las emociones más fuertes, y es ahí que apelan a las palabrotas. La sociedad considera que la palabrota es cosa del hombre y no de la mujer. La impresión que se tiene es la de que las mujeres, que dicen palabrotas e insultan, quiebran más tabúes sociales que los de los hombres. La sociedad, en general, también, considera inmorales a las mujeres que dicen palabrotas y usan astucias. Estudios demuestran que el hemisferio izquierdo del cerebro es responsable por el lenguaje. El hemisferio derecho crea el contenido emocional. El procesamiento de la expresión verbal es una “alta” función del cerebro y ocurre en el cortex cerebral que posee áreas pre-motoras y motoras que controlan el habla y la escritura. El área de Wernicke procesa y reconoce las palabras habladas. El cortex pre-frontal controla la personalidad y el comportamiento social adecuado.
Por su vez, las emociones e instintos son “bajas” funciones del encéfalo y ocurren en el interior del cerebro. Muchos estudios sugieren que el cerebro procesa las palabrotas en regiones más bajas, junto a las emociones y el instinto.
Científicos concluyeron que, en vez de procesar una palabrota como una serie de fonemas, o unidades sonoras que deben ser combinadas para formar una palabra, el cerebro almacena las palabrotas como unidades enteras. Por tanto, el cerebro no precisa de la ayuda del hemisferio izquierdo para procesarlas. Hablar palabrotas envuelve, específicamente, el sistema límbico, que, también, hospeda la memoria, las emociones y los comportamientos primarios y el ganglio basal, que tiene gran participación en el control de impulsos y funciones motoras.
Estudios con resonancias magnéticas mostraron que las partes más altas y más bajas del cerebro pueden pelear entre sí cuando una persona insulta o dice una palabrota. “Por ejemplo, cerebros de personas que se enorgullecen de ser educadas responden a astucias y frases “ignorantes” de la misma forma que reaccionan con palabrotas. Más allá de eso, en estudios en los que las personas deben identificar el color en el que una palabra es escrita (en lugar de la palabra correcta), las palabrotas distraen a los participantes y los atrapan en el reconocimiento del color.
Dicen los especialistas, que conseguimos recordar las palabrotas cuatro veces más que otras palabras. Hablar palabrotas, también puede ser un síntoma de dolencia o un resultado de daños a partes del cerebro.(1)” Para muchos estudiosos, la tendencia por hablar cosas obscenas (palabrotas), por cualquier motivo, es un indicio de disturbio, tanto psíquico como moral. En verdad, teóricamente hablando, el aparato fonético del ser humano evolucionó en una dirección: la ideal para nuestro mejoramiento espiritual.
De los sonidos guturales emitidos por nuestros antepasados homínidas, pasamos a una gran gama de vocablos, cuyos significados intrínsecos o explícitos son muy amplios. Así, una oración, oriunda de los buenos pensamientos y originada por el más elevado sentimiento, es un instrumento para el bien, para la belleza y para la perfección divina, actuante, en nosotros, en el ambiente y en pro del interlocutor. Con todo, una maledicencia una acusación, o, aun, una exigencia, incluso un término chulo, consustancian una onda negativa de formas pensamiento, que actúan en movimiento continuo, alimentado por la mente y por los sentimientos, vibratoriamente, similares.
¡Por eso hullamos de las palabrotas! Que en nuestra boca sean, apenas, emitidas palabras volcadas al bien y a la paz. Para ese objetivo, debemos intensificar el entrenamiento constante, pues en la vida social estamos viciados a lidiar con nuestra expresión verbal muy livianamente. Recordemos, sin embargo, que siempre seremos responsables de las consecuencias, directas e indirectas, de las palabras que proferimos al exterior.
Quien tiene sed de mejorarse, espiritualmente, debe analizar, con criterio, lo que verbaliza, diariamente. Los Espíritus elevados no se expresan de forma vulgar, pues hacen huso, del verbo elevado.
Jorge Hessen
Site http://jorgehessen.net
jorgehessen@gmail.com
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