Impulsado por el mensaje que recibí, titulado “Reverso de los Medios de comunicación” decidí escribir sobre la influencia de la televisión en la vida cotidiana. El mensaje registra una frase atribuida al famoso presentador del noticias que trata al telespectador Hombre Simpson, o sea: un hombre perezoso, "topeira", que adora tumbarse en el sofá, viendo la tele, comiendo rosquillas y bebiendo cerveza, y que solo da “mancadas” en la vida. Lo más preocupante, sin embargo, según el texto, no es el hecho de tener como presentador de noticias de televisión a alguien famoso alguien que nivela millones de telespectadores con e, “Hombre Simpson”, más si la coherencia de su advertencia.
¿Por qué venir a esta situación incómoda? ¿A quién interesa que continuemos así cual estereotipos de Simpson? Según algunos investigadores, la televisión suaviza el cuerpo y anestesia el espíritu. Ante la televisión, el telespectador permanece, físicamente inerme. Dos de sus sentidos, trabajan, solamente, la visión y la audición, más, de manera, absurdamente parcial. Los ojos, por ejemplo, prácticamente no se mueven. Los pensamientos quedan hibernados; no hay tiempo para el raciocinio consciente y para hacer asociaciones mentales, pues la actividad cognitiva queda muy lenta. Eso quedó evidenciado en recientes investigaciones sobre los efectos psiconeurofisiologicos a causa de la televisión. Las pruebas demostraron que el EEG y la falta de movimiento de los ojos de una persona, viendo televisión, indican un estado de desatención, de somnolencia, de semi hipnosis.
En Brasil, según el Ibope, las personas ven, una media, de cinco horas de programación de televisión por día. Y, obviamente, el ámbito de los actuales directores televisivos es tener como audiencia una inmensa masa crítica. Sin una real capacidad de análisis de la realidad; un público que no piensa, que no pone en duda, que es, fácilmente, manipulado, que “compra” ideas, comportamiento, objetos y otras inutilidades cuando le sugieren comprar.
Los estudios demuestran que, en nuestro País, los jóvenes beben cada vez más temprano. Hay llamadas, cada minuto, en la propaganda televisivas, para que ellos se acostumbren a eso. Es ingenuidad asegurar que los incautos jóvenes sean prudentes con la bebida, oyendo, apenas, la rápida frase de alerta, después de los anuncios. Que, encharcados de sensuales y apelativas “doncellas” erotizadas, ejercen, aun más, acción atractiva sobre el producto.
Se transforman en epidemias los tales "reality shows" que elaboran las fiestas regadas de mucho alcohol para promover el sexo compulsivamente bajo mantas. ¡Que bello ejemplo para nuestros jóvenes! Mientras los profesores y escuelas se esfuerzan para formar ciudadanos, la televisión fabrica zombis vagan sin rumbo, sin ideales, sin alegría.
Hace cinco años, los gastos en Brasil de la publicidad dirigida al público infantil fueron de, aproximadamente, R$ 210 millones. En ese mismo periodo, fueron invertidos, en el Programa Federal de Desenvolvimiento de
En nombre de una pretendida ruptura con la antigua base educacional, modelada en los principios de la austeridad, abrazamos por conveniencia la tarea disciplinaria de los hijos, por pereza, o porque no adquirimos las bases necesarias para la tarea. Cara a eso, entregamos nuestros frágiles brotes a los procesos de educación alienante al medio televisivo. Es obvio que los programas de televisión han de ser más bien seleccionados, especialmente aquellos que contienen escenas degradantes en los filmes, novelas y en programas de auditorio en los horarios inadecuados para los niños. Si no hubiera una preocupación seria en ese asunto, ciertamente, no estaremos cumpliendo nuestro deber de cicerones de los seres que necesitan de orientación, límites y firmeza.
Una criatura, de
Por causa de muchos padres invigilantes y acomodados, hace pocas décadas, la juventud experimento las avasalladoras propuestas de las drogas y del sexo “libre”. En ese frenesí de la filosofía del libertinaje, el joven perdió la propia individualidad, ABANDONO el hogar, fue para los subterráneos de la violencia de todos los matices, y la soledad les paso a ser un gran desafío.
Para la actual generación, los programas de televisión sugieren el consumo desmesurado, la permisibilidad, la liberación sexual y, la juventud poco preparada y deseducada, penetra por golpe de las irresponsables aventuras, en el afán de que la vida imite el “arte” tele dramatizado.
La juventud sana es aquella que acredita en la institución del casamiento, del hogar, de la familia, de la escuela, pese a que las novelas usen un lenguaje propio para destruir esos valores cristianos. Nada más penoso que estar delante de la televisión y ser agredidos, moralmente, ante la propuesta nefasta de verdaderos desechos ideológicos por ella vinculados.
Televisión degrada los principios básicos de moralidad y la ética. En Europa, muchos programas brasileños son prohibidos por el pueblo, que promueve marchas contra las licenciosas aberraciones que se cometen en la pequeña pantalla de Tupiniquins por debajo del Ecuador.
Debemos arremangar las mangas e interferir, enérgicamente, en beneficio de la salud moral de los hijos, contra programaciones irrespetuosos que deterioran el buen sentido. La sociedad organizada debe cobrar responsabilidad de los dueños de las emisoras de la televisión, que, en materia de mercado, están más preocupados con el Ibope que con la educación y la cultura de nuestro pueblo. La causa es justa, pues son nuestros hijos los que están siendo maleducados por las programaciones que vienen desestructurando a la familia brasileña.
Las inocuas normas que establecen el sistema de clasificación etaria, en vano, intentan condenar la vulgaridad, el apelo a la violencia y al sexo degradado; sin embargo, en nuestro País, como es tradición, las normas solo existen en el papel (por eso, inútiles). De la misma forma como ocurrió en los EUA, que instituyeron una nueva Ley de Comunicación, es preciso que haya, en Brasil, una movilización popular, para que haya un cambio en la legislación, a fin de que sea devuelto, a
Jorge Hessen
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