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terça-feira, 9 de junho de 2015

CONEXIONES SOLIDÁRIAS ( Jorge Hessen )

Traducido por: Mercedes Cruz Reyes
Madri/Espanha


Christian McPhilamy, un chaval de 8 años, de Melbourne, en Florida, EUA, decidió dejarse los cabellos crecer a fin de hacer pelucas para los niños con cáncer. McPhilamy tuvo la idea hace algunos años, asistiendo a un comercial de cáncer pediátrico. En aquella ocasión descubrió que los niños quedaban calvos con la quimioterapia y que podría ayudarlas donando los propios cabellos. Para eso, dejo sus cabellos crecer. Quedó tan cabelludo que comenzó a sufrir asedio moral en la escuela, todavía, soportó las críticas y el asedio moral. Fueron dos años de provocaciones de colegas y adultos que lo llamaban niña. Cuando las la melena ya estaba bien larga, el rapó la cabeza y dono 30 centímetros de cabellos a una institución que hizo pelucas gratuitas para los cancerosos.

Por hablar de eso, en Irá, el profesor Ali Mohammadian percibió que Mahan Rahimi, de ocho años, uno de sus alumnos, era portador de una enfermedad rara que provoca la pérdida de los cabellos. Rahimi quedó muy aislado después de haberse quedado calvo, su alegría desapareció completamente y el profesor, preocupado con el desempeño escolar del niño por causa de la calvicie, decidió rapar la cabeza y quedar calvo como el niño a fin de parar las agresiones verbales y físicas que Mahan sufría en el colegió. Algunos días después, inspirados por el profesor, todos los colegas del profesorado de Mahan decidieron rapar el cabello también, generando una ola de solidaridad que sorprendió a todos. La corajosa actitud del profesor fue ampliamente divulgada en los medios de comunicación do Irá y Ali Mohammadian se tornó un héroe nacional.

Cuando visitamos al enfermo en el lecho de un hospital, cuando extendemos las manos al preso en la cárcel, cuando escribimos una carta de “feliz aniversario” para un amigo, cuando donamos la compra con los utensilios básicos para la familia carente, cuando telefoneamos a alguien que no vemos desde hace mucho tiempo, cuando prestamos atención al prójimo, establecemos un vínculo solidario.

Obviamente, la solidaridad es una palabra que asombra a los individualistas, porque inflige la movilización de recursos en favor del prójimo, sin embargo nos guste o no es la ley de asistencia mutua y de la dependencia recíproca, sin la cual todo progreso, en el planeta, es prácticamente imposible. La Ley que rige las relaciones sociales impulsa al hombre a la solidaridad y al amor, chispa sublime que todos, sin excepción, tiene en el corazón, a la vista de que un hombre, por más abominable que sea, quiere a alguien, a un animal o a un objeto cualquiera vivo y ardiente.

¿Allan Kardec indagó a los Espíritus si “el hombre, al buscar la sociedad, obedece apenas a un sentimiento personal o hay también en ese sentimiento una finalidad providencial de orden general?” Los Benefactores esclarecieran: “el hombre debe progresar, más solo no lo puede hacer porque no posee todas las facultades; precisa del contacto de los otros hombres. En el aislamiento, el se embrutece y se sofoca”.1]

Ser solidario es sentir necesidad íntima de dividir algo o alguna cosa con el prójimo. A solarización es el deseo de identificación con las dificultades de los otros, que lleva a las personas auxiliarse mutuamente. Es el compromiso por el cual nosotros percibimos en el comprometimiento de ayudarnos unos a los otros. Sin el debido culto a la solidaridad nuestros pasos, por más firmes que sean, no sorprenderían al frente sino intranquilidad y agitación, discordia y destrucción. Todo es interdependencia y sustentación recíproca en toda la naturaleza, para que disfrutemos la experiencia de la existencia física rumbo a la noble elevación de la inmortalidad vencedora.

En Devon, Inglaterra, la señora Molly-Mole Povey, preocupada con su hijo Román que reclamo no tener amigos en la escuela, deliberó poner un mensaje en Facebook solicitando a las personas que colocasen un “feliz aniversario” al hijo. El mensaje de Molly “se propagó”[2] y centenas de cartas llegaron a la casa de la familia, hasta incluso de lugares distantes como Nova Zelandia, Dubái, Finlandia, Dinamarca, Egipto, Noruega, Alemania y Australia. En verdad , Molly-Mole aguardaba apenas que algunas personas de la escuela la felicitaran una tarjeta “virtual” a su hijo , más (o post) fue muy compartido y las personas del mundo entero se ofrecieron para enviar tarjetas de “muchas felicidades”. Eso es una prueba cabal de que el ser humano tiende a la solidaridad.

Aristóteles, el filósofo griego, afirmó que “el hombre es un animal social”, esto es, el no basta a sí mismo, pues (re) nació para interactuar con su semejante. Emmanuel enseña que la Tierra debe ser considerada escuela de solidaridad para el perfeccionamiento y regeneración de todos nosotros. “En el dolor como en la alegría, en el trabajo feliz como en la experiencia escabrosa debemos considerar la reencarnación un proceso de sublime aprendizaje fraternal, concedido por Dios a sus hijos, en el camino del progreso y de la redención.”[3] Todavía, diversas criaturas, de un modo general, aún tienen mucho de la tribu encontrándose encarcelados en los instintos propiamente humanos, en la lucha de las posiciones y de las adquisiciones, dentro de un egoísmo casi feroz, como si guardasen consigo, indefinidamente, las herencias de la vida animal. “La fraternidad [solidaridad] conquista una nueva expresión en lo íntimo de la criatura, a fin de que el Espíritu pueda alzar el gran vuelo para los más gloriosos destinos.” [4]

Fraternidad [solidaridad] puede traducirse “por cooperación sincera y legítima, en todos los trabajos de la vida, y, en toda cooperación verdadera, el personalismo no puede subsistir, resaltándose que quien coopera cede siempre alguna cosa de si mismo, dando el testimonio de abnegación, sin el cual la fraternidad no se manifestaría en el mundo, de modo alguno.” [5]

Dentro dos auténticos manifiestos cristianos, nace la solidaridad, que sólo puede ser ejercida por los que no viven solamente para sí. Atendamos a los impositivos de la solidaridad y comprendamos que la Ley Divina, en tiempo alguno, nos sugiere aislamiento que, en verdad, es siempre egoísmo, aun mismo cuando nos ausentemos de la batalla humana, bajo la argumentación de cultivar la virtud y garantizar la fe.

Observemos que la propia familia consanguínea es un orden de auxilio mutuo. Nadie reencarna sin el desvelo de la cuna y la cuna es sucesivamente el desvelo de la madre, el arrimo del padre para deshacerse en disposiciones de paz y luz. La solidaridad es una actitud que tiene una función preponderante en esta batalla trabada por el hombre contra si mismo. Algunos infelizmente permanecen bajo el yugo de la soledad, del estar en si mismo, en el seno de un agrupamiento de siete billones de personas. Ser solidario es acudir incondicionalmente a los que carecen de ayuda. No podemos caer en la fosa profunda del egoísmo, o sea la fosa que la experiencia ya demostró no ser tapada con los bienes materiales. Un agujero que sólo puede ser llenado por una vida honorable, cuyo diseño básico es ser solidario, por el simple placer de serlo.

Nota e referências bibliográficas:

[1] KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, RJ: Ed. FEB, 2000, perg. 768:
[2] Espalhar(-se) de maneira a criar um efeito semelhante ao de um vírus.
[3] XAVIER, Francisco cândido. O Consolador, ditado pelo espirito Emmanuel , RJ: Ed. FEB, 2002,
[4] idem
[5] idem

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